La pandemia que estamos enfrentando nos desnuda como sociedad y como Estado. Los choques externos negativos, como es el caso, ponen al descubierto la profundidad del abismo social y la debilidad de las instituciones y de los ciudadanos.
Ante un hecho inédito como el que estamos experimentando, la administración gubernamental ha respondido con más o menos eficiencia, dentro de sus limitaciones en lo que se refiere a la cobertura y calidad de los servicios públicos. No ha caído en la falsa disyuntiva entre salud y economía. Es obvio que la persona humana es la prioridad.
Como era de esperarse, este evento ha impactado inmediatamente sobre la economía de los hogares y de las empresas pequeñas y medianas, que son las que generan mayor empleo formal.
Los trabajadores y sus familias son los que soportan en su mayoría la paralización de la economía, de un lado los informales ya no generan ingresos en la medida que la cuarentena les impide salir de sus hogares, y los pocos trabajadores en planilla han perdido sus empleos o están en ese camino. Al respecto, el gobierno ha respondido con transferencias monetarias (bonos), canastas de alimentos, y liberación de fondos de pensiones (AFP) y compensación por tiempo de servicios (CTS).
De otro lado, a las empresas se les ha prometido beneficios tributarios y crediticios que les permitan la no afectación de la cadena de pagos y la reactivación de sus negocios.
El despliegue de estas medidas ha tenido que enfrentar una primera dificultad: la ausencia de una base de datos que integre a los sectores y los ciudadanos, es decir, que permita acercar la oferta de los servicios públicos a los beneficiarios. Asimismo, la limitada capacidad de las entidades del Estado y los niveles de gobierno para gestionar los sistemas administrativos, lo que genera lentitud en la respuesta.
Si bien es cierto las políticas económicas aplicadas bajo el enfoque del consenso de Washington originaron un crecimiento sin precedentes del Producto Bruto Interno (PBI), y la reducción de la pobreza monetaria, no lograron acortar las distancias sociales en la población peruana, como lo observamos cotidianamente en los sectores urbano marginales y rurales.
La superación de la pandemia nos llevará a una “nueva normalidad “, algunos dicen al inicio de una “nueva era “, otros al “nuevo inicio del siglo XXI “; definitivamente, lo que está claro es que nada será igual, viviremos una visión diferente de la sociedad y de la economía.
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